En
una ciudad que pasa de todo, en un país que pasa de todo y en una comunidad que
pasa de todo, pasan desapercibidas muchas celebraciones. La Semana Santa no es
una semana más, nos dicen que es una semana de reflexión, que conmemoramos
cosas muy importantes de la comunidad Católica; sin embargo para muchos no es
así, para muchos es simplemente la excusa perfecta para salir a pasear, o para
otros simplemente es una semana de trabajo más.

En
esta perspectiva hay que subrayar una paradoja. Según encuestas nos señalan que
el 90% de los colombianos son católicos (que se confiesan católicos). Y
precisamente no es para nada una maravilla, es un desastre, una desgracia. En
un país marcado por la inequidad, por la violencia, por el machismo, por la corrupción,
por la falta de oportunidades, por la corrupción política, etc. Si el 90% de
las personas dicen ser católicos es porque realmente no lo son. Porque
precisamente el corazón del catolicismo, del evangelio, está en contra de esa
clase de sociedad, y de esa manera que vive esa sociedad. No hay ningún talante
católico en este país.
Personalmente
no le veo ningún inconveniente combinar un espacio de celebración de la muerte
y resurrección del Señor Jesucristo, de autocrítica y autoevaluación con un espacio
de descanso (y más en esta sociedad tan estresante). No hay una contradicción entre
lo uno y lo otro. Pero si llama la atención –insisto- que este país que se hace
llamar católico la celebración de la Semana Santa resulte como algo
irrelevante.
Siempre
hablamos de una celebración ¿Pero qué es lo que realmente celebramos? Que a ese
Jesús que vieron crucificado, la comunidad cristiana empieza a decir que Jesús
no ha muerto, sigue vivo y seguimos sintiendo su espíritu para continuar
viviendo la realidad. La praxis de Jesús no la destruye los poderes de muerte
de nuestro mundo, la fuerza de Dios está ahí presente y lo resucita. Y eso es
lo que nos da fuerza para seguir y continuar viviendo en el hoy, la realidad
cotidiana a la que nos enfrentamos día a día. Una construcción de hermanos y
hermanas es la invitación, donde sea Dios quien realmente reina. Aquí es donde
nos debemos quedar y hacer un alto en el camino. El verdadero desafío,
independientemente si somos católicos o no, es que este contexto histórico sirva
para tener un significado en nuestra rutina diaria y así finalmente tener realmente un compromiso
social por el bien de toda la humanidad.
@carlosavilanr
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